27/10/2022
La Tierra tiene más de 430 ecosistemas complejos con organismos individuales que conviven y dependen los unos de los otros. Cuando el equilibrio ecológico se altera, influye en todo el ecosistema.
Las especies exóticas invasoras (EEI) son en parte responsables de esos desequilibrios y los efectos cada vez más intensos del cambio climático están agravando su efecto. Para el ser humano, supone una enorme amenaza para la seguridad alimentaria, la estabilidad económica, la salud y el sustento de millones de personas.
Las EEI están presentes en todo el mundo, pero su propagación y los métodos de contención que se utilizan contra ellas varían según el país. África es especialmente vulnerable debido al aumento de los viajes, el comercio y unos sistemas de cuarentena y prevención transfronterizos relativamente débiles.
Sin embargo, en algunos casos recientes se han utilizado sistemas de gestión holísticos sostenibles para mitigar la propagación de las EEI y el daño que provocan. A medida que avanzan las investigaciones han ido apareciendo soluciones a largo plazo más asequibles y viables.
Las especies exóticas invasoras son organismos vivos que no son originarios de una región geográfica concreta y, por tanto, alteran los ecosistemas locales. Estas especies repercuten negativamente sobre la biodiversidad mediante la competencia, la depredación o la transmisión de patógenos. A veces, las EEI las introducen intencionadamente los humanos en regiones donde no son autóctonas para conseguir ciertos beneficios funcionales relacionados con la horticultura, la agricultura o la caza. También viajan accidentalmente como «polizones» en contenedores de transporte aéreo o marítimo.
Las EEI son una amenaza para la seguridad alimentaria por su impacto negativo en sectores como la agricultura y la pesca. Rápidamente, superan a las especies autóctonas e invaden nuevos entornos porque no tienen competidores naturales o depredadores que equilibren su impacto en el ecosistema.
Se estima que las EEI provocan unas pérdidas de unos 65 000 millones de dólares al año África y que afectan al sustento humano en el 70 % de los países del continente, ya que menoscaban el rendimiento agrícola, merman la producción ganadera por la falta de pastos y aumentan el gasto en tareas de desbroce. A su vez, estas pérdidas exacerban problemas socioeconómicos como la escasez de agua, los conflictos sociales y los riesgos para la salud.
Varios estudios han demostrado que el cambio climático acelera el ritmo de introducción y propagación de las EEI. Sus efectos influyen en la forma de propagación de estas especies y, a veces, aceleran, agravan y hacen menos predecible la invasión.
Ciertas EEI tienen la variabilidad genética, la fisiología y los rasgos adaptativos perfectos para prosperar, reproducirse y multiplicarse con éxito en las nuevas condiciones que impone el cambio climático. En condiciones climáticas extremas, la tasa de supervivencia de las especies autóctonas es menor que la de las especies exóticas.
En un círculo vicioso, las EEI reducen la capacidad de resistencia de los hábitats naturales y los sistemas agrícolas al cambio climático, y el cambio climático merma la capacidad de los hábitats para poder resistir la invasión biológica. Entre 2005 y 2050, se estima que el número de especies exóticas consolidadas en los hábitats invadidos aumentará un 36% en el mundo.
El enfoque más eficaz para limitar la propagación de las EEI y reducir su impacto es combinar soluciones de mitigación y gestión.
Las medidas de bioseguridad transfronterizas, los sistemas de alerta temprana y las políticas internacionales se encuentran entre las posibles soluciones de mitigación. Sin embargo, para que surjan efecto, la comunidad internacional debe actuar al unísono. Sin la cooperación suficiente y pactos transfronterizos, las EEI se convertirán en un problema perpetuo en todo el mundo.
Los métodos convencionales de gestión de las EEI incluyen los insecticidas sintéticos que, lamentablemente, favorecen la aparición de poblaciones resistentes y brotes de plagas secundarias. Además, son caros y la acumulación de sustancias químicas en el suelo, el agua y la vegetación, termina por alcanzar niveles tóxicos letales para muchas plantas y animales salvajes.
Existe otra forma más sostenible, ecológica y económica de gestionar las EEI: el control biológico. Este método consiste en introducir los enemigos naturales de las EEI en sus nuevos hábitats. Estos enemigos naturales contrarrestan la ventaja competitiva de las EEI hasta que su vigor se reduce a un nivel similar al que tienen en su entorno natural.
El Telenomus Remus, un enemigo natural del cogollero del maíz, es una especie parasitoide que ataca a los huevos de este lepidóptero. Conocido por su capacidad para dañar y destruir una amplia variedad de cosechas, el cogollero del maíz es actualmente es la plaga que más pérdidas de producción causa en las explotaciones de este cereal en África. Se ha propagado rápidamente por todo el continente y las pérdidas que ocasiona se estiman en 9000 millones de dólares anuales. Además, amenaza el sustento y la seguridad alimentaria de más de 300 millones de familias dedicadas al cultivo del maíz a pequeña escala.
Las investigaciones sugieren que el Telenomus Remus puede ser una solución natural para contrarrestar la invasión del cogollero del maíz. Al parasitar sus huevos, afecta a su crecimiento, alimentación y desplazamiento, lo que reduce su impacto en la producción agrícola. Este tipo de método de control biológico puede ser muy eficaz para gestionar las EEI y reducir sus efectos sobre la biodiversidad. Aunque las primeras fases de estos métodos pueden ser caras, el coste sigue siendo mucho menor que el uso continuado de técnicas de control convencionales.
El cambio climático y las EEI amenazan la biodiversidad mundial y alteran los ecosistemas básicos de los que depende la vida humana. Las regiones más vulnerables de África a las EEI deben tener prioridad a la hora de implementar soluciones de control eficaces y asequibles (como el control biológico) con el fin de proteger la seguridad alimentaria y el futuro desarrollo socioeconómico del continente.